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Cargas de trabajo excesivas, mala gestión del tiempo, inestabilidad laboral, falta de estímulos, problemas para conciliar, atascos interminables… La oficina puede ser un entorno altamente estresante, sobre todo después de unas relajantes vacaciones veraniegas. Como nos comenta Cinthya Molina, psicóloga de SHA Wellness Clinic, “la depresión relacionada con el estrés crónico es una de las principales causas de baja médica laboral. Eso sí, es importante aclarar que el estrés es un mecanismo natural, innato e instintivo que necesitamos para sobrevivir, sin él estaríamos perdidos. Nos ayuda a alcanzar nuestros objetivos y desafíos y nos pone en alerta ante cualquier amenaza. El problema es cuando el estrés agudo, que es bueno y necesario, se convierte en crónico y no sabemos cómo gestionarlo. De hecho, hay estudios que demuestran que un poco de estrés aumenta la memoria, mientras que demasiado, la anula”.
Cuando el estrés se cronifica, afecta a la salud, provocando problemas cardiovasculares, digestivos y psicológicos, como la ansiedad o la depresión, dolores de cabeza y espalda e, incluso desequilibrios hormonales. Cinthya nos explica que existen tres fases en este proceso: “Cuando el estrés agudo pasa a ser crónico el sistema digestivo es el primero que lo nota porque hay una conexión directa entre el cerebro y el estómago, lo que se traduce en problemas con la digestión. En la segunda fase, y ante la mala gestión de la sobreexposición a los estímulos estresantes, el organismo comienza a pedir premios, es decir, dopamina. Y la obtiene a través del azúcar, el alcohol o de comer más. Por eso, las personas que están estresadas recaen en el abuso de sustancias o en atracones de comida, buscando un consuelo. La tercera fase es cuando realmente enfermas y se produce un cambio notable en la personalidad, te vuelves irritable, tienes problemas de memoria y, por último, puedes acabar sufriendo un trastorno de ansiedad o depresión”.
Para saber cómo gestionar el estrés, antes hay que aprender a reconocer aquello que lo causa. “Un estímulo estresante se caracteriza porque es algo novedoso, incontrolable, no se puede predecir y genera cierta amenaza. De ahí que lo primero sea identificar estas situaciones y diseñar una estrategia. Cuando el cuerpo se enfrenta al estrés genera cortisol, que hace que el cerebro envíe más sangre a los músculos, aumenta la presión sanguínea y las palpitaciones, dilata las pupilas y le dice al estómago y a los riñones que dejen de funcionar. La solución es buscar situaciones que nos hagan liberar oxitocina, que nos relajen. Y se ha demostrado que el apoyo social es el mayor predictor de antiestrés que existe: charlar con los demás, reírnos, aumentar las relaciones sociales y sexuales y, en definitiva, realizar actividades que nos proporcionen placer, como hacer ejercicio o dedicarle tiempo a nuestros hobbies. Una de las que mayor liberación de oxitocina provoca y, por tanto, nos genera mucho placer, es ayudar a los demás. Por eso yo siempre digo que no hay acto más egoísta que ser altruista”, afirma la experta.
Otra herramienta muy útil es la relajación muscular progresiva. “Cuando estamos estresados, trabaja el sistema nervioso simpático, que es el que nos mantiene en alerta, y para relajarnos debemos activar el sistema nervioso parasimpático. Esto se consigue con técnicas de relajación muscular, como la respiración consciente, en la que la exhalación dure un poco más que la inspiración porque, al inspirar se acelera el pulso, mientras que al exhalar se reduce”, concluye Cinthya.
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