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SHA Magazine Salud y belleza
Hasta hace poco se creía que el código genético era fijo e inalterable, pero ahora sabemos que no. La epigenética es un campo emergente de la ciencia que estudia todos aquellos elementos, como la alimentación, las emociones o los factores ambientales, que son capaces de influir en el material genético sin modificar por ello la secuencia de ADN. Porque se ha descubierto que lo que comemos, dónde vivimos, lo que sentimos y cómo lo gestionamos pueden activar o desactivar determinados genes, cambiando así su función. Además, estas alteraciones son hereditarias y se transmiten a la siguiente generación. En definitiva, la epigenética analiza cómo el entorno interactúa con el genoma y cómo, aunque no puede cambiar los genes, sí puede regular su expresión.
Como comenta Vicente Mera, responsable de la Unidad de Medicina Genómica y Envejecimiento Saludable de SHA Wellness Clinic, “la epigenética es una disciplina relativamente reciente (el término lo acuñó el biólogo y genetista escocés Conrad Hal Waddington en 1942) que estudia las razones por las que el material genético que heredamos de nuestros padres puede variar según el estilo de vida de cada persona. Por eso, la dieta, vivir en una ciudad con mucha contaminación o cómo gestionamos el estrés y las emociones pueden modificar la expresión de nuestros genes y determinar quiénes y cómo somos. Charles Darwin, en uno de sus viajes a las islas Galápagos, ya apuntó la influencia del medioambiente en el comportamiento y la evolución de las especies al comprobar cómo la forma y el tamaño del pico de los pájaros que vivían en las distintas islas, llamados pinzones de Darwin, se había adaptado a las diferentes fuentes de alimento. Es decir, el entorno había provocado un cambio epigenético que se transmitía a las siguientes generaciones. Y así descubrió que el medioambiente era capaz de modificar las especies”.
Para que lo entendamos mejor, el doctor Mera nos lo explica con un ejemplo práctico: “Si una persona nace con un polimorfismo en un gen que le hace propenso al infarto de miocardio y come alimentos procesados, tiene una vida sedentaria y gestiona mal el estrés, tiene muchas probabilidades de acabar sufriéndolo. En cambio, si esa misma persona sigue una dieta saludable y equilibrada, practica ejercicio moderado de forma habitual y aprende a controlar las emociones, puede revertir esta tendencia genética y, por tanto, el riesgo de sufrir un infarto disminuirá enormemente. De ahí que, además de los genes, el estilo de vida sea un factor determinante en la longevidad, la calidad de vida, el bienestar y, en general, en el estado de salud”.
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