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La estrecha relación entre estrés oxidativo e inflamación

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25 de abril de 2024

Estrés oxidativo e inflamación no son sinónimos, pero podríamos decir que se necesitan mutuamente. Las investigaciones científicas y clínicas muestran cada vez más evidencias de la existencia de conexiones cruciales entre el estrés oxidativo y los procesos inflamatorios típicos de las enfermedades cardiovasculares, reumáticas, degenerativas, de la piel y algunos tipos de cáncer. En todas suele haber un estado proinflamatorio que favorece el desarrollo de la enfermedad hasta sus formas más graves.

Algunos factores externos pueden favorecer el desarrollo del estrés oxidativo. Por ejemplo, una alimentación inadecuada por exceso de calorías, azúcares, grasas, proteínas y moléculas tóxicas, o incluso la insuficiente presencia en el organismo de micronutrientes, como vitaminas activas, minerales, la coenzima Q10, el ácido lipoico, omega 3 y omega 6, los aminoácidos y los gliconutrientes.

Otras causas son la inhalación de contaminantes o estar en contacto con ellos a través de alimentos, cosméticos y productos de higiene personal; la contaminación ambiental y laboral, o el mercurio de las amalgamas dentales. Un exceso de radiación solar, el consumo de tabaco, alcohol y otras drogas y fármacos, las intervenciones quirúrgicas y las terapias agresivas como la quimioterapia, radioterapia y la diálisis, pueden ser otros factores causantes de oxidación. Por último, la vida sedentaria y la falta de actividad física también contribuyen a la creación de un entorno de estrés oxidativo.

En muchas enfermedades crónicas se observa claramente el patrón exceso de oxidación–inflamación. Por ejemplo, en la obesidad, la hipertensión arterial, la dislipemia (colesterol, triglicéridos), o la diabetes.

Como no podemos dejar de respirar ni evitar que parte del oxígeno nos oxide el enfoque más inteligente es estimular la presencia de antioxidantes en el organismo que sean capaces de neutralizar la acción de los radicales libres y detener el desarrollo de esos entornos proinflamatorios en los que se producen las enfermedades crónicas.

Existen múltiples fuentes de antioxidantes, que abarcan un amplio espectro de orígenes. Algunos de estos compuestos se generan de manera endógena en el organismo, mientras que otros se encuentran en la variedad de alimentos que conforman nuestra dieta diaria o en los complementos alimenticios que consumimos. Además, tanto los antioxidantes de origen natural como aquellos sintéticamente elaborados pueden ser incorporados deliberadamente a los alimentos, con el propósito de mejorar su perfil nutricional o para prolongar su vida útil, dado que poseen capacidad antioxidante.

Sin embargo, no todas las sustancias o compuestos antioxidantes tienen la misma capacidad para neutralizar los radicales libres y, por tanto, disminuir la inflamación causada por el estrés oxidativo. Se ha demostrado que el selenio, las vitaminas C y D y los compuestos betacarotenos y carotenoides son los que mejor funcionan.

El selenio es un mineral con poderosas propiedades antioxidantes que se encuentra en el pescado, el marisco, el germen de trigo y las nueces. Se ha demostrado que es un oligoelemento imprescindible para combatir el estrés oxidativo ya que ayuda a una enzima de nuestro organismo llamada glutatión peroxidasa, la cual tiene como función proteger a la membrana celular de la oxidación causada por los radicales libres.

Los betacarotenos son un compuesto vegetal que pertenece al grupo de los carotenoides y que se encuentran en la mayoría de las frutas y las verduras. Este pigmento vegetal es rico en provitamina A y tiene excelentes propiedades antioxidantes que evita el estrés oxidativo, siendo un excelente aliado para proteger nuestra piel de los radicales libres que se encuentran en el tabaco, la luz solar o la contaminación ambiental. Los alimentos más ricos en betacarotenos son las zanahorias, la calabaza, las espinacas, el brócoli, el mango, la papaya, los melocotones y los nísperos.

La vitamina C es otro poderoso agente antioxidante que interviene de forma muy eficaz en numerosos procesos del organismo. También conocida como ácido ascórbico, tiene la capacidad de reducir el proceso de oxidación de muchos compuestos, y actúa como un escudo protector. Una buena manera de combatir el estrés oxidativo es consumir a diario alimentos ricos en vitamina C como el kiwi, la piña, la papaya, las espinacas, las manzanas y algunos cítricos.

La vitamina E es una excelente aliada antioxidante pues protege a las células de toda reacción del estrés oxidativo que tenga que ver con la grasa. Además, intercepta los ataques de los radicales libres a la capa de grasa más delgada de nuestras células protegiéndola de los posibles daños del estrés oxidativo. Esta vitamina se encuentra en los aceites vegetales como el de oliva o el de soja, y en alimentos como las almendras, la mantequilla o los huevos.

El consume regular de antioxidantes, la práctica habitual de actividad física, la buena alimentación y una buena higiene del sueño son las armas más eficaces par luchar contra la inflamación. No renuncie a ninguna de ellas.

 

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